viernes, 3 de agosto de 2012

Alma.

Ella se miró al espejo una vez más. Observó casi más con curiosidad que con miedo a la extraña que este reflejaba. Era ella misma en realidad, pero no se reconocía.  Tal vez porque no era una imagen que ella estuviera habituada a ver, una imagen poco común. Quizá, porque aquel tampoco era un espejo común.
Aquel espejo, no representaba cuerpos, si no almas. Aquella extraña que miraba con recelo a su otro "yo", no era más que el reflejo de su alma.
Aquella, ni siquiera era una chica. Era una mujer. Un mujer, ni joven, ni vieja, un rostro etéreo, pero maduro, y sobretodo, cansado.
Su pelo, carecía de brillo, sus ojos parecían apagados, tristes, pero decididos....aunque quizá, más que decididos, simplemente resignados.
Su ropas tampoco presentaban buen aspecto. La parte superior de su camiseta, parecía haber sido violentamente desgarrada, permitiendo ver la enorme herida que supuraba en su pecho.
Con verla comprendió por fin porque le costaba tanto coger aire, porque le dolía tanto siempre. No había sido un corte limpio, alguien se había dedicado a hurgar en aquella cicatriz impidiendo que sanara y causando la presente infección.
El resto de sus prendas, presentaban un aspecto semejante, con la falda sucia, y los zapatos rotos y agujereados.
Se giró un momento curiosa, al sentir un débil pinchazo en un costado.  Extrañada, se dio cuenta de que, ésta, estaba manchada de sangre. Se levantó la camiseta para averiguar si esta era suya o de algún otro.
Sin embargo, el enorme agujero abierto en la zona de los riñones parecía indicar que en efecto, era suya.
Presentaba heridas semejantes, pero de menores proporciones alrededor de toda su espalda.
Algunas estaban cicatrizando, de otras apenas se adivinaba la marca, y algunas, como la de su costado, parecían gravemente infectadas.
No obstante, ella conocía el origen de todas y cadas una de aquella marcas. Tenían nombre y apellidos, por lo que en el fondo tampoco le sorprendía encontrar su cuerpo en aquel estado.
Normalmente, se habría asustado ante una visión tan grotesca de sí misma, pero hacía tiempo que adivinaba cual era su auténtico estado.
Resignada, se observó un segundo más, y cerró los ojos.
Cuando volvió abrirlos, era la joven alegre y vivaracha que solía presentar la que le devolvía la mirada.
Volvíó a componer la sonrisa de siempre, se irguió, y se marcho de aquella habitación.

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