viernes, 13 de julio de 2012

Decepción.

He estado reflexionando mucho, sobre aquello de las mentiras y las verdades....
Solía decir a menudo, que prefería siempre una mentira a la fría y cruda verdad.
Pero esas mentiras....si salen a la luz, realmente, solo hieren más. Son como un cuchillo que se clava en el pecho. Sientes su frío acero cortando los hilos de la confianza, sientes como, la esperanza se escapa para convertirse en decepción. En una honda decepción.
Claro que, probablemente, para aquel que ha empuñado ese arma ya sabía a lo que se exponía y la usó sin remordimientos. Luego....¿por qué iba a importarle aquel sentimiento tan banal?
Pero hay muchas clases de decepciones. Están aquellas que solo duelen en la superficie, que atacan nuestro orgullo, que normalmente, solo nos hacen enfadar, pero con el tiempo, aquella muesca cicatriza y deja de molestar. Son errores fáciles de reparar.
Ojalá todas las decepciones fueran de ese tipo. Tan inofensivas, tan indoloras.
Luego, están aquellas que casi pueden desfigurarse en traición.
Esas, son la clase de decepciones que nos hieren profundamente, que de verdad se te clavan en el pecho y te impiden respirar.
Son, esas decepciones que no solo rompen la confianza si no que rompen a la persona misma, que destrozan sentimientos.
Esas, no son tan sencillas. Esas son muy difíciles de perdonar, esas, son las clase de decepciones, que rompen los verdaderos equilibrios, las que...al fin y a la postre, te enseñan la auténtica verdad.
Esa verdad, que aunque no sea siempre una amiga, aunque a menudo sea una amarga compañera, por lo menos, no te decepciona.

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